26.1.09

LA REFUNDACIÓN DE BOLIVIA

Por Carlos Girotti *

Este domingo 25 de enero tiene lugar el referendo para aprobar la Nueva Constitución Política del Estado boliviano (NCPE).

La realización de esta compulsa es el producto del desmantelamiento de la ofensiva destituyente, tras la enérgica y decisiva intervención mancomunada de la UNASUR.

El racismo separatista tuvo que retroceder, aceptar el referendo y ver cómo sus principales líderes e instigadores eran investigados y acusados por la masacre de Pando.

Sobre estos crímenes de lesa humanidad, el Informe Mattarolo no dejó sombras de dudas: 20 campesinos torturados y asesinados en el marco de un indisimulado plan de exterminio que pudo haber cobrado muchísimas más víctimas de no mediar la acción concertada de los gobiernos democráticos de la región.

Bolivia a las puertas de su refundación.

Tras centurias de arraigados odios de clase, subsumidos en ancestrales discriminaciones étnicas, culturales y religiosas, que hicieron del oprobio de todo un pueblo la condición de poder de una minoría dominante, se levanta Bolivia hoy sobre sí misma y en el Preámbulo de su Constitución declara: -Dejamos en el pasado el Estado colonial, republicano y neoliberal. Asumimos el reto histórico de construir colectivamente el Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, que integra y articula los propósitos de avanzar hacia una Bolivia democrática, productiva, portadora e inspiradora de la paz, comprometida con el desarrollo integral y con la libre determinación de los pueblos.

Pero si la trascendencia histórica de este hecho impacta sobre la realidad continental en las vísperas del bicentenario de la independencia, su dimensión se agiganta cuando se piensa en cuánto podría contribuir la región, con éste y otros ejemplos, para conjurar el exterminio que el ejército y el gobierno israelí están perpetrando en Gaza.

Nadie con buenas intenciones debería sentirse autorizado a juzgar la decisión autónoma de los gobiernos de Venezuela y Bolivia de romper relaciones diplomáticas con Israel, como tampoco nadie podría obligar al resto de las naciones suramericanas a seguir ese camino.

Sin embargo, la autoridad moral de la UNASUR, sobradamente demostrada y ratificada con su intervención en defensa del pueblo y el gobierno de Bolivia, debería ser suficiente para que, con autonomía, se elevara como una voz regional de la conciencia universal para frenar los crímenes de lesa humanidad y el exterminio palestino en Gaza.

Hace falta esa voz universal porque la masacre preludia otras –tanto o más sangrientas que ésta como podría ser en Irán- y porque el exterminio hoy es posible merced al aval del gobierno de Bush, al silencio de su sucesor Obama, a la inocua gestión de las Naciones Unidas, a la complicidad abyecta de los grandes jeques, a los cálculos de beneficios de los banqueros y fabricantes de armas de todo el mundo, a los que en nombre del Holocausto no pueden o no quieren denunciar a Israel, a los que reducen a la condición de nazis al pueblo israelí, a los que por motivos religiosos se callan, ocultan o especulan.

La UNASUR, en vísperas de cumplirse dos siglos de la independencia de los pueblos de la región, puede ser esa voz laica que levante, al igual que las bolivianas y bolivianos este 25 de enero, la generosa utopía del horizonte de un Estado plurinacional y democrático, abigarrado sí, pero entramado en verdaderas autonomías; un ancho cauce por el que transiten y fluyan las diversidades étnicas, culturales, religiosas; una institucionalidad que le cierre paso al militarismo y a la pretensión gendarme de cualquier potencia de seguir medrando con esta sinrazón; un modo de vida no asociado a las alambradas electrificadas ni a los túneles de la sobrevivencia ni a las dádivas hipócritas legitimadas en el desastre humanitario.

Un gesto, pues, que resuma al menos en este rincón del planeta lo que en muchísimas partes se expresa como el clamor inorgánico, como el tono quebrado y casi inaudible de lo que debiera ser una voz universal, potente, dramática, que no tendría que ser acallada mientras una razón militar siga haciendo de civiles indefensos el blanco preferencial de todos sus fundamentos.

Aquí, en Suramérica, tenemos las condiciones para erigir una utopía, como la que supieron fundar los padres de nuestra patria grande, y decírsela al mundo.

Nosotros, que estamos atravesados por múltiples culturas, religiones y etnias; nosotros, que hemos sabido levantarnos desde las ruinas en las que nos sumiera el neoliberalismo; nosotros, que somos nosotros y somos otros, no deberíamos malgastar esta oportunidad, ni cifrarla con eufemismos o palabras sin trama ni espesor.

Para impedir que el exterminio continúe, o que mañana adquiera una nueva y mentirosa justificación para extenderse en el tiempo, se requiere de otro horizonte, no ya el de Postdam y Yalta ni el de 1967, sino aquel que sepa conjugar la vida y la esperanza de dos pueblos que la necesitan tanto o más que nosotros mismos.

Los suramericanos podemos y debemos decir algo al respecto porque, precisamente, en ello también nos va el futuro.

CG/

*Sociólogo, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina

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